Hace ya algunos años, con motivo de un viaje por Oriente Medio, ante mi comentario sobre alguna conducta nuestra, un amigo me soltó “vosotros los occidentales sois muy pusilánimes…”, su afirmación me sorprendió en un primer momento pero con el tiempo he tenido la ocasión de comprobar que en parte y sin generalizar tenía razón.
Una de las cosas que más me sorprenden en esta época del año, es la importancia que se le da al síndrome post vacacional, para describir como se sienten cada vez más personas a la vuelta de sus vacaciones.
Después de un año de actividad laboral, toca tomarse unos días o unas semanas de descanso. Al llegar los primeros días que tanto hemos esperado, estamos expectantes, nos sentimos raros ante los cambios de ambiente geográfico, físico y social, nos olvidamos de las rutinas y las presiones del trabajo y necesitamos ya de un tiempo de adaptación. De hecho se recomienda que cuando se viaja a algún lugar cuyo ambiente cultural es distinto del habitual, nos tomemos como mínimo dos semanas de estancia, siendo la primera de adaptación y la segunda de integración y disfrute del viaje, por el cambio de costumbres y a menudo de idioma, comidas, etc…
Hace unas cuantas décadas, cuando el turismo era aún un fenómeno incipiente y no existían los vuelos low cost, la gente solía regresar a su pueblo por las vacaciones o viajar a una playa cercana, se lo pasaban lo mejor posible y al regreso seguían disfrutando unos días más, compartiendo con sus amigos y compañeros de trabajo enseñando las fotografías y contando todas las experiencias vividas en esos días. Sin embargo, desde hace unos años al regreso de las vacaciones la gente se siente muy mal, empiezan a manifestar unos síntomas de características ansioso depresivas, como es, un malestar general, insomnio, cansancio, falta de apetito, sentimiento de tristeza, dificultad de concentración, irritabilidad, etc… Este trastorno se ha vuelto tan corriente que está incluido en el DSM, (Manual diagnóstico y estadístico de las enfermedades mentales) elaborado por la Asociación de Psiquiatría Americana y que es algo así como la biblia de los psicólogos y psiquiatras en el mundo occidental.
Es evidente que el trastorno existe y es real, no pretendo negarlo, pero a mi juicio el enfoque que se le da es utilizado por muchos como excusa, abundando en la tendencia que tenemos de “psicologizarlo” todo, pues considero que su origen es muy anterior a las vacaciones, está en la insatisfacción que tenemos con nuestras vidas en una sociedad del bienestar (material) que promueve una sobreprotección maternalista, que con su actitud demasiado permisiva a menudo nos está volviendo infelices, dependientes, indefensos, incapaces de reaccionar ante cualquier dificultad.
Ya sé que no está de moda, pero creo que ante la crisis que nos arrasa, es hora de desempolvar viejos valores que usaron nuestros padres en las situaciones de auténticas carencias que les tocó vivir, valores como la voluntariedad, la constancia, el esfuerzo, la superación y los retos personales, la autosuficiencia, entre otros, a los que podemos unir la educación, el respeto que ya no es sumisión, la cooperación y la solidaridad que no son caridad, la tolerancia que no es pasividad, ni resignación y la bondad o el amor que no son ni el sentimentalismo ni el apego ciego, dependiente y permisivo.
Volviendo a la afirmación de mi amigo de Oriente Medio creo que ha llegado el momento de demostrar que los occidentales con esfuerzo y perseverancia podemos solucionar nuestros problemas y demostrar madurez, consideración y sabiduría.
La comodidad de occidente dificulta la creatividiad.
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