viernes, 19 de mayo de 2017

El espejo


 Había una vez en Japón, hace muchos siglos, una pareja de esposos que tenía una niña. El hombre era un samurai, es decir, un caballero: no era rico y vivía del cultivo de un pequeño terreno. La esposa era una mujer modesta, tímida y silenciosa que cuando se encontraba entre extraños, no deseaba otra cosa que pasar inadvertida.
    
Un día es elegido un nuevo rey. El marido, como caballero que era, tuvo que ir a la capital para rendir homenaje al nuevo soberano. Su ausencia fue por poco tiempo: el buen hombre no veía la hora de dejar el esplendor de la Corte para regresar a su casa.
    
A la niña le llevó de regalo una muñeca, y a la mujer un espejo de bronce plateado (en aquellos tiempos los espejos eran de metal brillante, no de cristal como los nuestros). La mujer miró el espejo con gran maravilla: no los había visto nunca. Nadie jamás había llevado uno a aquel pueblo. Lo miró y, percibiendo reflejado el rostro sonriente, preguntó al marido con ingenuo estupor:
    
— ¿Quién es esta mujer?
    
El marido se puso a reír:
    
— ¡Pero cómo! ¿No te das cuenta de que este es tu rostro?
    
Un poco avergonzada de su propia ignorancia, la mujer no hizo otras preguntas, y guardó el espejo, considerándolo un objeto misterioso. Había entendido sólo una cosa: que aparecía su propia imagen.
    
Por muchos años, lo tuvo siempre escondido. Era un regalo de amor; y los regalos de amor son sagrados.
   
Su salud era delicada; frágil como una flor. Por este motivo la esposa desmejoró pronto: cuando se sintió próxima al final, tomó el espejo y se lo dio a su hija, diciéndole:
    
— Cuando no esté más sobre esta tierra, mira mañana y tarde en este espejo, y me verás. Después expiró. Y desde aquel día, mañana y tarde, la muchacha miraba el pequeño espejo.
    
Ingenua como la madre, a la cual se parecía tanto, no dudó jamás que el rostro reflejado en la chapa reluciente no fuese el de su madre. Hablaba a la adorada imagen, convencida de ser escuchada.
    
Un día el padre la sorprende mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.
    
— ¿Qué haces, querida hija?, le pregunta.
    
— Miro a mamá. Fíjate: No se le ve pálida y cansada como cuando estaba enferma: parece más joven y sonriente.
    
Conmovido y enternecido el padre, sin quitar a su hija la ilusión, le dijo:
    
— Tú la encuentras en el espejo, como yo la hallo en ti.

Leyenda japonesa








viernes, 5 de mayo de 2017

Oscuridad



Cae la noche, se pone el sol y el horizonte de poniente se tiñe de tonos rosados y anaranjados, en el jardín las sombras se  van  volviendo cada vez más densas, la atalaya arbolada se recorta sobre un cielo que se torna azul oscuro. Un aleteo… un pájaro sale volando.

Desde el jardín pueden verse las luces de los coches que circulan por la carretera, personas que regresan a sus casas después de una jornada de trabajo, deseando llegar pronto a su destino donde les esperan seres queridos para reunirse juntos a la mesa donde pronto se servirá la cena o en la barra de un bar, donde compartir una copa.

Se acerca lentamente inspirando los olores intensos de las plantas al atardecer. Entra en la casa, está a oscuras, se ha ido la luz, busca una vela, los fósforos humedecidos tardan en encenderse, finalmente una débil llama ilumina un pequeño círculo en la sala, una sensación extraña, como un soplo de aire, algo se mueve junto a la ventana, su vello se eriza, su cuerpo se tensa y  por un momento se paraliza, los oídos le zumban y tiene que sujetarse en el respaldo de un sillón. Pensamiento oscuros y miedos irracionales le asaltan, ¿está cerrada la puerta? ¿habrá entrado alguien? su corazón late más rápido, su respiración se acorta, siente sus manos húmedas, la vela tiembla en sus manos, de repente siente que algo que roza su pierna, a punto de soltar un grito, se queda muda y se oye un suave miaaau… de bienvenida.

Françoise M.