viernes, 20 de octubre de 2017

El caminante



Cargado con su mochila, y apoyado en un nudoso bastón, viene caminando desde tierras lejanas acercándose a su meta.


La soledad es su compañera, una soledad aceptada y buscada para poder estar consigo mismo el mayor tiempo posible, aunque ocasionalmente y voluntariamente interrumpida por el contacto con otros viajeros con los que comparte amablemente alguna información e impresiones sobre el trayecto.

Muchos van guiados por su fe y alguna promesa hecha a un venerable santo. Pero él, solo se ha hecho una promesa a sí mismo, el Camino es la excusa, encontrar la paz interior es su meta, todo lo demás es accesorio, no le atraen ni los fastos, ni los rituales, ni las manifestaciones religiosas, por supuesto que las respeta, pero lo siente como algo superfluo, él sabe que la Paz general solo puede alcanzarse cuando cada ser humano alcance su propia paz y esté listo para actuar según su propia consciencia, sin que nadie le muestre el camino ni le dicte lo que tiene que hacer.

El camino, le permite  reorganizar y revisar toda su vida, esa meditación caminando durante días le va mostrando múltiples facetas de si mismo.
Cada encuentro, cada lugar, cada piedra del camino tiene algo que contarle, algo que resuena profundamente dentro de sí mismo, algo  nuevo que entender y aprender.

Porque todos los caminos tal vez no lleven a Roma, pero sí hacia nosotros mismos.

Camina en paz.





viernes, 6 de octubre de 2017

El niño y el anciano























Un día el pequeño Chiang se adentró en el bosque, y después de haber caminado mucho, vio una mísera casa de madera alrededor de la cual reinaba la más absoluta paz: ni una gallina, un cerdo o un gato.

Pensando que estuviera deshabitada, se acercó cautelosamente. Y cuál fue su sorpresa al ver por una juntura entra las tablas, a un viejo de barba blanca tendido en el lecho.

Entra niño, le dijo aquel viejo.

Y su voz era como de algodón, como si viniese de una nube.
Te he sentido llegar, al menos, desde un kilómetro. ¡Entra!

Chiang entró y preguntó:

¿Cómo es posible que tú, viejo como eres, me hayas oído de tan lejos?

Es que me estoy muriendo. Y cuando uno es viejo y ha vivido lo suficiente, conviene que se familiarice con la Muerte y el oído se le torna muy sensible, como el fino oído del leopardo. Por esto me he retirado aquí. Quien está muriendo no tiene necesidad de ver personas, ya ha visto bastantes. Las ha visto venir y pasar. Quien siente que va a morir sólo tiene necesidad de tranquilidad. No está bien que a un hombre en esta circunstancia se le busque y se le atormente con charlas y palabras vanas. Conviene pasar de largo por la puerta de su casa, como si fuese la habitación de nadie…
Pero tú me has invitado a entrar, objetó tímidamente Ciang.

 Es verdad -dijo el viejo en un susurro-, pero sólo porque tenía nostalgia de una sonrisa. ¿Me la quieres dar?

Chiang sonrió levemente. El viejo sabio se durmió para siempre.

Cuento chino