Esta semana ha sido muy dura, después de la matanza en Paris del pasado viernes, la capital del país donde nací y que me dio una educación de la
que me siento orgullosa. Un país en el que no nacieron mis antepasados, pero
que acogió a mi familia cuando huía de una guerra civil, perseguida por un
gobierno dictatorial y le dieron la oportunidad de vivir con dignidad y libertad.
Yo nací y me crié en Francia y amo a este país, me emociono y no puedo
reprimir el llanto cuando oigo “La Marsellaise” y aunque soy consciente de que
no fue fácil para los refugiados políticos españoles que ayudaron a
Francia a vencer en la segunda guerra mundial para librarse de la tiranía nazi,
me siento agradecida. Francia permitió que mi padre salvara su vida y que me diera
la mía, por eso estoy agradecida y siento profundamente que yo también
pertenezco a esa nación; por eso las muertes del pasado 13 de noviembre, me
duelen, pues son parte de mi familia nacional y comparto el dolor de sus
familiares y el temor de mis compatriotas.
Me cuesta mucho entender el
terrorismo, no me cabe en la cabeza que se pueda matar gratuitamente a otro ser
humano, que no se valore en lo más mínimo una vida, y menos aún por un supuesto
motivo religioso. No soy afín a ninguna religión, mis padres fueron tan lúcidos
que al nacer yo, no me afiliaron a ninguna de ellas y me dieron la libertad de elegir, sin embargo, siempre me
interesó ese aspecto tan íntimo y
profundo del ser humano y por ello me acerqué a ellas, después de estudiarlas y compararlas entendí que fueron creadas para organizar y dar cierta forma en su momento a sus
incipientes sociedades en función de sus características ambientales, entre
otros factores y que a pesar de sus diferencias, ninguna de ellas impulsa a
matar al prójimo. Sé también, que los actos terribles que en nombre de todas
ellas se han cometido en algún momento de su historia, son el resultado del
ansia de poder de hombres con ambición desmedida y afán destructivo que se
autodenominaron sus representantes y manipularon sus textos sagrados gracias a la
ignorancia de sus seguidores, para alcanzar sus fines personales.
Me resulta absolutamente alucinante pensar que en pleno siglo XXI, con todos los avances científicos, tecnológicos y con la posibilidad de aprender, informarnos y participar que tenemos a nuestro alcance, nos veamos abocados a regresar a la Edad Media! ¿Qué hemos hecho mal para llegar a esto? ¿Por qué si hay tanta buena gente de culturas diferentes por todo el mundo y he tenido la suerte de conocer a muchos de ellos en mis viajes, que demuestran bondad y altruismo día a día y actúan con respeto y tolerancia, no somos capaces de trasladarlo a gran escala?
¿Son los líderes de los países democráticos, todos unos ineptos? ¿No hemos sabido elegirlos? ¿Se contagian todos de la enfermedad del poder que los va corrompiendo en cuanto son elegidos? ¿O se convierten en marionetas de grupos de presión más poderosos aún que nos manejan a todos como peones de ajedrez para alcanzar unos fines egoístas que desconocemos pero que sufrimos todos?
¿Hasta cuando vamos a seguir
siendo marionetas?