En ocasiones los
ruidosos visitantes ocasionaban un verdadero alboroto que acababa con el
silencio del monasterio.
Aquello molestaba
bastante a los discípulos; no así al Maestro, que parecía estar tan contento
con el ruido como con el silencio. Un día, ante las protestas de los
discípulos, les dijo:
- El silencio no
es la ausencia de sonido, sino la ausencia de ego.
Fuente: ¿Quién puede
hacer que amanezca? de Anthony de Mello