Todos tenemos un sueño… o varios, pero ¿quienes se animan y se arriesgan a vivirlos? Me resulta muy triste oír a ciertas personas que tienen la sensación de haber fracasado en sus vidas a pesar de que aparentemente todo les va bien, y que a medida que van envejeciendo empiezan a sentir una enorme desazón. Si escarbas un poco, te cuentan que en su juventud eran muy buenos en tal o cual actividad que sin embargo, nunca se atrevieron a desarrollar. Si les preguntas porque, te dirán … eso de… bueno… es que la vida, las obligaciones, el trabajo… Es peor aún cuando oyes a personas más jóvenes decirte que a ellos les gustaría hacer tal o cual cosa, y ves que posponen continuamente el dar el primer paso y siguen perdiendo su tiempo con sueños sobre sus sueños.
“La suerte sonríe a los que se atreven” esta frase la oí siendo muy joven y se me quedó grabada, fue siempre como un estribillo cuando me planteaba cualquier reto.
Creo que los sueños que tenemos cuando estamos despiertos no son un juego de la mente para dejar divagar la imaginación y si los vemos como tal se diluyen y no sirven para nada. Los verdaderos sueños, son los proyectos de nuestras metas, y esos proyectos suelen tener un precio y también una compensación que varían en función de su alcance. Ese precio se va pagando en varios plazos, el primero de ellos suele ser el miedo a romper o a salir de nuestra zona de seguridad, otro el sacrificio y el esfuerzo perseverante por ir alcanzando cada uno de los umbrales que nos llevan a la meta, otro la responsabilidad que entraña el ser libres de hacer lo que uno siente que debe hacer, hay más… cada uno los va descubriendo al andar su camino. Y una vez alcanzada la meta, el premio está en la satisfacción por cumplir con nuestro propósito, en la seguridad, pero esta vez se trata de otro tipo de seguridad esa que sólo depende de uno mismo, esa que no nos ata, sino que nos libera, nos recarga de energía y nos proporciona paz interior para planificar la próxima meta.
Os dejo un pequeño cuento que lo ilustra…
-¿El precio de vivir un sueño es mucho mayor que el de vivir sin arriesgarse a soñar? –preguntó el discípulo.
El maestro lo llevó a una tienda de ropa. Allí, le pidió que se probase un traje que era exactamente de su talla. El discípulo obedeció, y se quedó maravillado con la calidad de la ropa.
A continuación, el maestro le pidió que se probase el mismo traje, pero de una talla mucho mayor a la suya. Y el discípulo así lo hizo.
-Éste no sirve. Me está demasiado grande.
-¿Cuánto cuestan estos trajes? –le preguntó el maestro al vendedor.
-Los dos tienen el mismo precio. Sólo se diferencian en la talla.
A la salida de la tienda, el maestro le comentó a su discípulo:
-Vivir el sueño, y abandonar el sueño, también tienen el mismo precio, muy caro en ambos casos, generalmente. Pero la primera actitud nos lleva a comulgar con el milagro de la vida, mientras que la segunda no nos sirve para nada.
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