No podemos tener una relación satisfactoria con otro si previamente no hemos conseguido relacionarnos satisfactoriamente con nosotros mismos. Carl G. Jung.
El hecho de querernos y aceptarnos tal y como somos, no implica el considerar que todo lo que ha acontecido en nuestra vida, todos lo que hemos hecho a lo largo de ella, deba ser aceptado sin condiciones. Por supuesto que todos en algún momento nos hemos podido equivocar, por ignorancia, por testarudez o por orgullo… debemos entenderlo, aprender de esos errores para no repetirlos, perdonarnos y dejarlo atrás. Cuando somos capaces de perdonarnos, solo entonces podemos entender y perdonar también a los demás por sus errores.
La interacción con los demás transcurre como en una galería de espejos, tal y como nos sentimos en relación con nosotros mismos, así nos perciben los demás. Es como si emitiéramos una vibración que los otros perciben. Cuando vemos a alguien que camina como si arrastrara un pesado bulto, o que es incapaz de mirarnos directamente a los ojos, o habla con un tono de voz apenas audible, esto nos sugiere una persona con muy poca estima de si misma. Lo mismo ocurre con aquellos que afirman : “soy incapaz de hacer esto…” ó “yo no espero mucho de la vida” o aún “yo paso de tener pareja...”
Sin embargo, en otros casos la cosa no está tan clara, algunos intentan dar la mejor imagen de si mismos, se ponen una máscara de seguridad y aplomo pero interiormente no confían en si mismos. Se plantean continuamente si su aspecto, sus palabras, las ideas que expresan, son apreciados por los demás y con frecuencia, cuando encuentran a alguien que les resulta atractivo piensan que esa persona nunca se interesará por ellos, y así eluden el miedo al rechazo, evitando arriesgarse.
En esos casos los pensamientos y las emociones que se derivan de la falta de amor hacia uno mismo rebotan hacia los demás como un eco que repite “no merezco tu amor…”, “recházame…” ó incluso “maltrátame…”.
Para tener una buena relación afectiva con otra persona, en primer lugar debemos ser capaces de amarnos a nosotros mismos. Para ello podemos pensar en ¿qué haríamos si nos considerásemos enteramente responsables de amar y ser amados? ¿En que trataríamos de mejorar? ¿De que manera cambiaríamos la forma de cuidar de nosotros mismos?
Ahora bien, no confundamos esa actitud de respeto y amor hacia nosotros mismo con el egoísmo. Nada tiene que ver. La persona egoísta se pavonea, no escucha, no para de hablar de sí mismo e intenta llamar siempre la atención, es su manera de pedir afecto, y lo único que consiguen es alejar a los demás de su lado.
Cuando estamos en paz con nosotros mismos, nos aceptamos tal y como somos, con nuestras luces y nuestras sombras, somos capaces de sentir compasión por aquellos que no aún no lo han conseguido. Podemos ver el miedo y la angustia que transmiten sus palabras y cómo se esfuerzan para ser aceptados. Y en lugar de juzgarlos podemos expresarles nuestro afecto por lo son, aunque no por lo que hacen.
Esa aceptación, ese afecto incondicional también irradia una vibración en este caso pacífica y segura y tranquilizadora que de alguna manera orienta a los demás hacia su propia aceptación.
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