El cielo está menos azul, las
nubes están presentes a diario, a veces llueve.
Los árboles se van desnudando y
al caminar por las calles a veces
llega el olor de las hojas de una hoguera en un rincon del patio. Un olor que siempre me traslada a
la ciudad de mi infancia entre los Pirineos y el Mediterráneo, concretamente al
patio de mi colegio cuando era niña, aquellos días de la vuelta al cole, cuando
cruzaba el amplio patio de recreo, tiempo de infancia con cierto sabor
agridulce. Se terminaban los días tranquilos de las vacaciones y volvíamos a la
rutina de las clases, de los horarios, de los días más cortos.
Otoño, recuerdos de otra vida
paseando por el parque del Retiro en Madrid, con sus caminos cubiertos de hojas
y sus árboles adornados con matices de cálidos colores bajo el cielo de un azul
intenso en los días soleados, acechado por la mirada del ángel caído. Las
fuentes susurrantes, las palomas voraces y los gorriones saltarines, los niños en
bicicleta, las parejas besándose en un banco y algunas personas leyendo o
dormitando al calor de los rayos del sol, los vendedores de castañas asadas en un cucurucho de papel de periódicos que
servían también para calentarse las manos en los días más fríos. De vuelta a
casa una parada en los puestos de los libreros de la Cuesta de Moyano.
Otoño en Canarias, apenas si se
distingue de las demás estaciones. Siguen floreciendo los árboles en los
jardines, aunque aquí también las aceras se cubren de hojas secas, hace calor, algunos
días el mar está más bravío, pero tan pronto como vuelve la calma se llenan de nuevo las playas. Como en todas partes lo que más nos recuerda que estamos en
otoño es la rutina, la vuelta a una cierta normalidad después del vacío de los
meses de verano en la ciudad. Recuerdo las carreras por los pasillos en penumbra
del aulario de la facultad para llegar a tiempo a las clases. Las reuniones
alrededor de un café con los compañeros comentando los próximos exámenes o algún
proyecto de trabajo. El frío húmedo que me cala hasta los huesos de vuelta de
alguna sesión de cine o una exposición de pinturas o de fotos por La Laguna. Los
largos paseos matutinos en fines de semana por la playa, caminando sobre la
arena húmeda. Las tardes con Shanti ronroneando sobre mi regazo, viendo una película, leyendo o viendo pasar las nubes sobre el mar desde la ventana. Las noches musicales en el auditorio.
Así van pasando los días, no
obstante, más rápido de lo que una desearía. Los años se van sumando y nos
dejan el poso la experiencia de lo vivido, los recuerdos y el anhelo de todo lo
que aún nos queda por aprender, por ver, por vivir.
Que suerte el recordar desde el Otoño de la vida.
ResponderEliminar