¿Vds. Nunca se han planteado esta pregunta? Posiblemente en esos momentos
en los que nos sentimos ociosos, desmotivados, decepcionados, vamos por la vida
sin rumbo, perdidos. Que conste, si les sirve de consuelo que esto nos ocurre a
todos en algún momento.
¿Y que podemos hacer en esos
casos?
Podemos aprender a salir de
nuestra zona de confort, de ese pequeño mundo en el que vivimos y donde nos
sentimos seguros, atractivos, muy listos y hasta geniales. Y cuando aparece
alguien que nos dice algo que va en contra de la idea que tenemos de nosotros
mismos en ese mundo privado, nos duele y nos afecta porque en ese mundo estamos
centrados en nosotros mismos. En esa burbuja que constituye nuestra zona de
confort, tratamos de evitar cualquier cosa que nos moleste, que venga a
interrumpir nuestra comodidad.
Ese temor a sentirnos mal hace
que sintamos ansiedad ante la posibilidad de relacionarnos con los demás,
influye negativamente sobre nuestra vida social y afectiva y como no queremos
sentirnos mal evitamos implicarnos en temas complicados, lo dejamos para más
adelante, por miedo a fallar.
Cuando alguien hace o dice algo
inmediatamente lo relacionamos en función de cómo ello nos afecta, sentimos,
rabia, dolor o enfado. Queremos que los demás nos proporcionen lo que
necesitamos y si no lo hacen nos sentimos frustrados o enfadados. Como vemos la
mayor parte de nuestros problemas vienen dados por el hecho de querer mantenernos en nuestra burbuja
confortable.
¿Y que ocurre cuando salimos de
nuestra zona de confort?
Si conseguimos salir de ella y
tratamos de ver las cosas de una forma más abierta, menos centrada en nosotros
mismos, nos vamos a sorprender al darnos cuenta de que cuando alguien hace o dice algo, no va realmente en contra nuestra, sino
de su propio dolor, de su miedo, de la confusión o del deseo que siente el
mismo.
Cuando sentimos el impulso puntual de hacer algo, ver
una película, entrar en Facebook o
comer algún dulce, vemos que se trata de una sensación física pasajera y no el
centro del universo. Nos damos cuenta entonces de que nuestros deseos son
triviales y que hay muchas más cosas que hacer que centrarnos en esos pequeños placeres y luego sentirnos
culpables, hay cosas más
importantes que nuestros pequeños miedos, como ver el dolor y el sufrimiento de
los demás y sentir compasión por ellos, deseando que el mundo sea un lugar
mejor. Dejamos de centrarnos en nosotros mismos, adquirimos una visión más
amplia y abierta de nuestro mundo y todo
cambia, dejamos atrás los miedos, la rabia y nos ponemos manos a la obra
para cambiar de hábitos, buscando actividades que nos llenen verdaderamente.
Esa nueva amplitud de miras es lo que nos va a enseñar aquello que
hemos venido a hacer en esta vida. Vamos a ver a los demás desde otra
perspectiva, vamos a sentir sus necesidades y vamos a buscar la forma de
ayudarles a sentirse mejor. Poco a poco iremos aprendiendo que el hecho de
sentirnos nosotros mismos mejor, más saludables, no es con un propósito
egoísta, sino que el cuidar de nosotros mismos es imprescindible para poder
ayudar mejor a los demás y en ello vamos a encontrar motivación.
A veces podemos recaer y regresar
a nuestra zona de confort por un tiempo, hasta que nuevamente conectamos con
nuestra motivación lo cual nos permite salir de la zona segura y volver a
camino. En ese camino no importa lo que hacemos para ayudar a los demás, la
vida de encargará de enseñarnos continuamente cómo hacerlo. Lo que importa es
nuestro crecimiento y al hacerlo entonces, sabemos a qué hemos venido.
Aprendemos que lo importante es
crecer como personas, que la vida es un regalo, que debemos aprovecharla al
máximo y que no hay nada más satisfactorio que ayudar a crear un mundo mejor.
(Inspirado por Leo Babauta)
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