Cae la lluvia como lágrimas del
cielo que vienen a saciar la sed de la tierra, que lo agradece haciendo brotar
espontánea y generosamente toda la
naturaleza.
Me gusta ver caer la lluvia
detrás de una ventana, deformando las figuras cuando baña el cristal, cuando
azota las fachadas de las casas y los edificios, limpia las calles, forma
charcos en la tierra y las gotas salpican con fuerza.
Me gusta pasear por la calle con
mi paraguas transparente que me cubre hasta los hombros como si caminara dentro
de una burbuja que me permite ver por donde voy y quien viene de frente.
Hoy el ruido de la lluvia me
despertó con su peculiar sonido, al caer las gotas sobre el hierro del balcón,
pero entonces mientras me arrebujaba entre las sábanas, me pareció que sonaba como un canto triste y
melancólico, como una música de Erik Satie y me recordó que por varios motivos,
hay gentes que no tienen a donde
ir, ni donde resguardarse y para ellos la lluvia no tiene nada de bucólico,
sino que les hunde aún más en el fango de una tragedia inhumana.
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