Ella se acercó de puntillas, sin
perderle de vista, él seguía allí quemado por el sol, la consternación y la
desesperación se reflejaban en su mirada implorando al cielo que lo había
rechazado.
¿Cómo pudo caer una estrella tan
brillante? pensó ella, ¿cual habría sido realmente su pecado? ¿porqué un Dios
que nos han descrito como compasivo, comprensivo y capaz de perdonar cualquier pecado, lo
habría fulminado a él, su primera creación? No lo entendía.
Aquel ángel le recordaba tanto a
Prometeo, el titán que robó una chispa del fuego de los dioses del Olimpo
para entregar la luz del conocimiento a los humanos y por ello fue castigado
por Júpiter a permanecer encadenado a una roca del Cáucaso donde un águila venía todos los días a comerle el
hígado que se le reproducía por la noche para que su castigo durase
eternamente.
Miró los pensamientos cubiertos de lágrimas de rocío, sintió piedad y se puso a bailar para él.
Yo los miraba, desde la sombra de
un castaño y pensaba, no nos habrán engañado una vez más para poder someternos
mejor. No habrá tergiversado alguien la historia para atemorizar a futuros
rebeldes contra un orden establecido. Ya sabemos que el miedo es una de las armas más poderosas contra cualquiera que pretenda
expandir el conocimiento que proporcione una mayor consciencia social para cambiar un orden injusto.
La historia de lucifer es
ciertamente confusa si seguimos a los historiadores y a los diversos santos que
han ido modificando y moldeando a su antojo su libro sagrado a lo largo de los
siglos. Y hay que ver el juego que ha dado el infierno a costa siempre del
pueblo llano que se ha llevado siempre la peor parte.
A lo largo de la historia, hemos
visto a tantos patriarcas y dictadores, autoritarios y celosos de su poder que
protegen fomentando el miedo entre los que carecen de conocimiento o de información, al igual que ese dios vengativo, cruel y furibundo, que poco ha
hecho para evitar el dolor y el sufrimiento humano, por lo que hemos podido comprobar por todo el mundo, a lo
largo de estos dos primeros milenios y que maneja muy bien el castigo, la
injusticia y la desigualdad y se olvida del perdón al menos para los más
desfavorecidos.
Y ella siguió bailando, ahí sobre
el asfalto, en plena calle, el único espacio que le va quedando a la cultura
para manifestarse en libertad en estos tiempos convulsos.
Françoise M.
Gracias Françoise.Esto es lo que nos queda buscar cada uno nuestro espacio y no resignarnos.
ResponderEliminarFotos espectaculares. Gracias
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