viernes, 1 de julio de 2016

Bailando para el ángel


Ella se acercó de puntillas, sin perderle de vista, él seguía allí quemado por el sol, la consternación y la desesperación se reflejaban en su mirada implorando al cielo que lo había rechazado.

¿Cómo pudo caer una estrella tan brillante? pensó ella, ¿cual habría sido realmente su pecado? ¿porqué un Dios que nos han descrito como compasivo, comprensivo y capaz de perdonar cualquier pecado, lo habría fulminado a él, su primera creación? No lo entendía.

Aquel ángel le recordaba tanto a Prometeo, el titán que robó una chispa del fuego de los dioses del Olimpo para entregar la luz del conocimiento a los humanos y por ello fue castigado por Júpiter a permanecer encadenado a una roca del Cáucaso donde un águila venía todos los días a comerle el hígado que se le reproducía por la noche para que su castigo durase eternamente.

Miró los pensamientos cubiertos de lágrimas de rocío, sintió piedad y se puso a bailar para él.

Yo los miraba, desde la sombra de un castaño y pensaba, no nos habrán engañado una vez más para poder someternos mejor. No habrá tergiversado alguien la historia para atemorizar a futuros rebeldes contra un orden establecido. Ya sabemos que el miedo es una de las armas más poderosas contra cualquiera que pretenda expandir el conocimiento que proporcione una mayor consciencia social para cambiar un orden injusto.

La historia de lucifer es ciertamente confusa si seguimos a los historiadores y a los diversos santos que han ido modificando y moldeando a su antojo su libro sagrado a lo largo de los siglos. Y hay que ver el juego que ha dado el infierno a costa siempre del pueblo llano que se ha llevado siempre la peor parte.

A lo largo de la historia, hemos visto a tantos patriarcas y dictadores, autoritarios y celosos de su poder que protegen fomentando el miedo entre los que carecen de conocimiento o de información, al igual que ese dios vengativo, cruel y furibundo, que poco ha hecho para evitar el dolor y el sufrimiento humano, por lo que hemos podido comprobar por todo el mundo, a lo largo de estos dos primeros milenios y que maneja muy bien el castigo, la injusticia y la desigualdad y se olvida del perdón al menos para los más desfavorecidos.

Y ella siguió bailando, ahí sobre el asfalto, en plena calle, el único espacio que le va quedando a la cultura para manifestarse en libertad en estos tiempos convulsos.


Françoise M.


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